Tuluá, el segundo municipio del Valle, puede contarse a través de muchas cosas: un teatro majestuoso o un árbol que por las tardes se pone blanco. Pero sobre todo a través de un sabor que no se repite en ningún otro lugar.
Tuluá tiene una zona montañosa de tierras generosas y el Jardín Botánico, que es centro de estudio para todo el departamento. Un equipo de fútbol al que todavía no se le ha olvidado jugar al fútbol y a donde quiera que va, lleva un corazón rojo pintado en el escudo de su camiseta. Un parque con una biblioteca en el medio, el parque Bolívar, y otro parque, el parque central, o la Plaza Boyacá, donde los viejos van a jugar ajedrez y una muchacha de ojos verdes muy bonitos vende globos de colores.
Son muchas las cosas que hay para contar en un municipio donde hoy viven unas 220 mil personas y es una injusticia que ahora yo solo quiera contar la historia de unas empanadas. Pero hay una razón que espero lo justifique: todo lo demás, el lago, las garzas, el árbol en la mitad del agua, los puentes de colores, la chispa de los bautizos, el santo que apareció en una taza, la biblioteca brotando en un parque y hasta la conversación con el ‘fantasma’ del teatro, con algo de fortuna podrán llegar a verse por ahí, en formas similares a través de otros caminos; seguramente no concentradas en el mismo sitio, pero sí por ahí, en algún lugar.
Y eso es justamente lo que no sucede con esas empanadas: duran una semana preparándolas para sacarlas a la venta únicamente sábados y domingos, entre las diez de la mañana y las seis de la tarde. En la casa donde las venden no hay letreros ni avisos luminosos pero todo el mundo las conoce. Así ha sido desde hace más de un siglo y, que se sepa, esa delicia de milagro solo ocurre en Tuluá.
(Tomado de https://www.elvalleestaenvos.com/las-mejores-empanadas-estan-en-tulua-le-decimos-donde-encontrarlas/)